Pubblichiamo il testo di Susana Martín Belmonte, Economist and Research Program on Social Innovation related to Basic income and a Local Currency del Comune di Barcellona, che interverrà al convegno “Cooperazione sociale, autodeterminazione, Commonfare” il 28 e 29 ottobre a Macao. Il testo è in spagnolo.

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La revolución digital e Internet han sido avances científicos y sociales de naturaleza diferente a los anteriores. A pesar de que venimos de varios siglos de continuos descubrimientos e innovaciones que han ido incrementando las posibilidades vitales de cada nueva generación, en este caso noestamos ante uno de tantos cambios que hacen nuestra vida más fácil. Internet no solo nos permite mandar correos electrónicos en lugar de correos postales, o una forma rápida y sencilla de acceder a la información, sino que cambia de forma esencial el marco económico y, por ello,nos aboca a un cambio de paradigma, que dará lugar a una nueva etapa. Hay motivos para denominar la etapa que se abre ante nosotros como la era de la abundancia, como veremos, pero no hay ninguna garantía de que la era de la abundancia vaya a traer más abundancia a la vida de la gente. Esto solo ocurrirá, si nuestras sociedades son capaces de adaptarse al cambio.Este libro está trata los aspectos a tener en cuenta para que nos podamos adaptar al cambio.

El marco económico de la abundancia recibe este nombre porque el cambio de paradigma fundamental que lo provoca consiste en la desaparición de la escasez. Por supuesto, es necesario matizar esta cuestión de la desaparición de la escasez, que no es la escasez de ozono que tenemos en el agujero de la capa de ozono, ni la de la biodiversidad, ni la de algunas materias primas. Estas escaseces no están en riesgo de desaparecer, todo lo contrario, están en riesgo de agravarse, poniendo en peligro nuestra supervivencia en el planeta. Cuando hablamos de la desaparición de la escasez, nos referimos a la escasez de los productos, la de todo aquello que crea el ser humano mediante la actividad económica.

Aunque el fin de la escasez de los productos puede sonar como una buena noticia, pues la escasez se asocia con privaciones, en realidad tiene un problema, y es que toda nuestra organización social y económica gira entorno a ella. El valor económico depende de la escasez, sin valor económico no hay ventas, ni beneficios, ni salarios. Sin beneficios no hay financiación de dichas actividades, pues no se puede pagar el retorno del capital, y por lo tanto, tampoco hay impuestos, ni financiación del sector público. Nuestra organización social y económica, configurada alrededor de la escasez, se ha convertido en un gigante  torpe incapaz de cumplir su función de permitir a las sociedades y las personas que las componen cubrir sus necesidades en la era de la abundancia.

Los síntomas de estas crecientes disfuncionalidades son visibles desde hace décadas y más agudos en las economías más desarrolladas, en las que se dan varios factores entrelazados: son economías maduras, en las que el crecimiento económico es bajo, y que están altamente financiarizadas y digitalizadas.  La financiarización ha sido una reacción a la falta de crecimiento de la economía productiva que ha buscado un crecimiento nominal a base de burbujas especulativas de todo tipo. Hemos comprobado cómo este tipo de crecimiento no es sostenible desde un punto de vista económico, pues suele acabar con el pinchazo de la burbuja correspondiente, ni desde un punto de vista medioambiental, pues el crecimiento económico está asociado al aumento de emisiones de CO2, lo que supone incrementar el riesgo de cambio climático.

La desesperación por lograr el crecimiento económico llevó a los gobiernos occidentales a desregular el sistema financiero, y permitir la formación de una burbuja de deuda privada que acaba en la crisis de 2008, en la que el sistema monetario y financiero también sufre un cambio de paradigma. Por un lado, la trampa de liquidez se materializa por primera vez, los tipos de interés caen al suelo, lo que impide estimular la economía con nuevas bajadas de tipos de interés y el mecanismo de transmisión de la política monetaria se rompe. Por otro lado, comienza la gestión del riesgo sistémico por parte de los reguladores, con el resultado comprobado de que cuanta más medidas de prevención del riesgo sistémico hay, más falta hace o, dicho de otro modo, si hay un mecanismo para resolver los problemas de los bancos por parte de los gobiernos, no serán los bancos quienes los resuelvan.

En este contexto, los efectos económicos de la digitalización e internet empiezan a concretarse en el fenómeno de la desmercantilización: Muchos productos dejan de serlo, se convierten en bienes libres que no se pueden monetizar en las condiciones habituales. En el imperio de lo gratis, la productividad se estanca, pues lo gratis está muy bien, pero tiene el pequeño problema de que nadie lo compra, y la producción vendida sigue siendo el numerador de los indicadores de productividad más usuales. Por primera vez en la historia, tenemos sistemas productivos de eficacia creciente y productividad estancada o decreciente. Lo cual significa una cosa: los puestos de trabajo destruidos por la automatización no son reemplazados, y los salarios se estancan. La automatización empieza a verse como un la causa de una tendencia la desempleo difícilmente resoluble pues, ni es fácil que el sistema económico crezca, ni el crecimiento se traduce en empleo como antes, ni es deseable desde un punto de vista medioambiental.

El estancamiento se hace estructural. Pero ¿cómo afecta esto a la sociedad? En 2014 se publica el trabajo de Thomas Pikkety: Capitalismo en el siglo XXI que nos muestra la relación entre la tasa de retorno del capital, el crecimiento económico y la desigualdad en la distribución de la riqueza. En su revelador trabajo, Pikkety prueba que cuando la tasa de crecimiento económico es menor que la tasa de retorno del capital, la historia nos muestra que las desigualdades en la distribución de la riqueza tienden a crecer. Como consecuencia, podemos deducir que, en ausencia de crecimiento económico, si queremos evitar grandes desigualdades en la distribución de la riqueza, el único camino viable es reducir la tasa de retorno del capital.

Es así como llegamos al principal mecanismo de adaptación a la era de la abundancia en el que vale la pena profundizar: la transformación del sistema monetario y financiero. Necesitamos un sistema monetario y financiero que permita la financiación libre de intereses, o casi, pues ésta sería la única forma de financiar proyectos con un retorno de la inversión bajo o nulo.

Antes de adentrarnos en la definición de este tipo de soluciones, conviene prestar atención a los efectos previsibles en el sector público. Nuestra fiscalidad graba dos hechos imponibles principalmente, la generación de renta o beneficios y el valor añadido, cuya evolución depende del crecimiento económico. El hecho de que éste se estanque conduce a presupuestos públicos también estancados, mientras que los gastos en un primer momento pueden ser crecientes a causa de dos factores principales. Por un lado, tal como hemos visto, un desempleo creciente debido a la automatización, por otro, la propia esencia de la revolución digital nos está ofreciendo formas de producción y consumo que son muy eficientes y abiertas en su misma esencia, pero con grandes efectos de red. Esto generará un gran incentivo al monopoliopues, en ocasiones, será la única oportunidad de monetizar el producto. En este contexto, la producción para el bien público, sobre todo desde la iniciativa comunitaria tendrá una eficiencia social muy alta pero exigirá nuevos recursos. Por lo tanto, estamos en un escenario en el sector público tiene recursos estancados o decrecientes (sobre todo si además tiene que sufragar rescates bancarios) y necesidades crecientes. Esto exigirá un cambio considerable en la fiscalidad o el sector público se estancará en una permanente era de austeridad.

La fuente de recursos que puede solventar esta situación es la propia ciudadanía y su disponibilidad de tiempo de trabajo. El trabajo es el recurso más caro y que más valor añadió produce. No tiene sentido tener recursos ociosos crecientes en forma de horas de trabajo desaprovechadas en el desempleo, y necesidades crecientes del sector público insatisfechas. De alguna manera debe ser posible conducir los recursos ociosos hacia las necesidades insatisfechas, y esta es justamente la misión de un sistema monetario.

Me inclino a pensar que un nuevo sistema monetario y financiero no va a salir de la nada para sustituir al actual. Incluso aunque haya una verdadera voluntad de cambiar el poderoso sistema hegemónico, antes habría que estar seguros de que el nuevo sistema es realmente más adecuado a las necesidades de la sociedad y funciona bien, lo cual justificaría la realización de proyectos piloto que permitan testar y evaluar diversos diseños monetarios y financieros. Por todo ello, la propuesta sería ir habilitando nuevas formas de creación monetaria que permitan financiar todas aquellas áreas que el sistema monetario y financiero convencional va dejando desabastecidas de financiación, entre ellas: la economía productiva en el ámbito de la pequeña y mediana empresa, y la financiación de la producción parael bien público, que incluye la actividad del sector público y otros sistemas productivos llevados a cabo de forma auto-gestionada por comunidades, también llamado procomún colaborativo.

En lo que se refiere a la financiación sin intereses de la economía productiva de las pymes, ya existen diferentes ejemplos de sistemas de intercambio empresarial con estas características que funcionan desde hace tiempo. La asociación IRTA agrupa sistemas de intercambio recíproco con moneda complementaria de todo el mundo, y el sistema WIR suizo, con 80 años de trayectoria, ha probado ser un factor de competitividad, de resiliencia y de estabilidad macroeconómica para la economía suiza. El reto para democratizar y extender este tipo de sistemas es generar nuevas formas de gestión del riesgo de crédito, sistemas P2P que permitan canalizar el riesgo de crédito de forma asumible, diversificada y con métodos de información que permitan una buena clasificación, así como la generación de sistemas de compensación de pagos que permitan la interoperabilidad y convertibilidad entre distintas monedas complementarias.

El tercer mecanismo que se propone está destinado a mitigar el problema del desempleo y se trata de una forma de renta básica optativa. Precisamente, es esta solución de la renta básica la que nos permite definir el nuevo hecho imponible que mencionábamos. La renta básica es una prestación que las personas reciben por existir. Esto abre la posibilidad de crear un hecho imponible ligado al mismo concepto, de forma que ambos pueden entrar en funcionamiento a la vez y, opcionalmente, desactivarse a la vez. De esta forma, todo aquel que accediese a la renta básica tendría la obligación de pagar una contribución, pero no una contribución nominada en euros o la moneda convencional oficial. Se trataría de una contribución a pagar en tiempo de trabajo. Como si el cobro de la renta básica anual de por ejemplo, 8.000 € estuviese asociado a la obligación de contribuir con 150 horas de tu tiempo anuales para labores públicas, por poner un ejemplo. El destino de esas horas, a qué proyectos en beneficio público sería oportuno dedicarlas, serán objeto de detenida atención.

Así llegamos al mecanismo monetario para incrementar la financiación a la función pública. Se trataría de monetizar la contribución en horas para apoyar el bien público que acabamos de describir, algo que probablemente resulte más práctico. De esta forma, el ciudadano que optase a la renta básica, pagaría la contribución en moneda complementaria. Este tipo de pago constituiría un presupuesto público extra que, a diferencia de los recursos actuales del sector público, no dependerían del PIB, ni de los niveles de renta, sino del tiempo libre disponible de los ciudadanos. Algo que esperamos sea creciente, gracias a la robotización. La generación monetaria se produce a partir del pago de dicha contribución, una generación monetaria llevada a cabo por la ciudadanía en una moneda complementaria, que estaría respaldada por el tiempo de trabajo de las personas beneficiarias de la renta básica. Cuando el usuario pagase la contribución, una entidad a definir recibiría el pago y gestionaría el presupuesto. El ciudadano quedaría endeudado por la misma cantidad, ligado por el compromiso de compensar su deuda ingresando esa cantidad, como mínimo, a lo largo de un año. El beneficiario recibiría la renta básica, que por lo general podría ser pagada en moneda convencional principalmente. Por su parte, la entidad que gestionara el presupuesto extra en moneda complementaria la gastaría en proyectos, lo cual acabaría siendo usado para pago de mano de obra local, de manera que llegase de nuevo a los ciudadanos perceptores de renta básica y de esta forma pudieran compensar su deuda. El hecho de que todos los ciudadanos tienen la obligación de compensar su deuda durante el año corriente garantiza que la masa monetaria creada de esta forma circularía, sería destruida al cabo de un año, y no produciría inflación ni ningún otro efecto indeseable.

Los requisitos exigidos en esta propuesta para una transición a la era de la abundancia que de verdad genere abundancia para la gente son: priorizar que las personas puedan cubrir sus necesidades y vivir en paz, priorizar la reversión del cambio climático, asegurar que las desigualdades de riqueza no se incrementan, asegurar que la innovación y la ciencia siguen un curso enfocado a dar servir los intereses de la inmensa mayoría de los seres humanos, y asegurar la compatibilidad de este modelo económico con una forma de gobierno democrática. Las maneras de llevar a cabo esta transición pueden ser variadas, expondré las ideas que he desarrollado en su estadio actual.

 

 

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